El paseo de Iván

Era una soleada mañana de septiembre. El cielo estaba completamente despejado, abierto de par en par. El sol todavía bajo, iluminaba el paisaje con suaves tonos rosáceos. Los pájaros cantaban sus canciones matutinas, algo repetitivas, como si todavía no despertaran y lo estaban haciendo de forma automática.


Iván estaba vestido para la ocasión: llevaba un espacioso pantalón de tela gruesa, botas de goma hasta la rodilla (para caminar por la mugre sin pensar donde pisar, solía decir), una camisa a cuadros, cómoda y fresca, junto con un camiseta por debajo y un sweater de lana viejo por encima. Completaban el conjunto un morral verde, una gran cesta de mimbre, un gorro y un cuchillo desplegable que estaba guardado en su pantalón.

Han pasado más de treinta años desde la última vez que él había entrado a este bosque, que fue tan importante en su infancia; el bosque donde su padre alguna vez le fue explicando y mostrando las diferentes especies de árboles, arbustos, flores y animales que lo componía.

Era un típico bosque mixto de la región central de Rusia: tenía bastantes árboles viejos, muchos caminos que parecían perderse en el infinito, y un gran número de arbustos. Sobre el suave musgo verde crecían frambuesas, fresas silvestres, muchas variedades de hongos. Justamente los recuerdos de su infancia, sobre los enormes hongos y las maravillosas fresas, fueron los que lo empujaron a esta cruzada, esta vez, mas solo que nunca.

La estación del ferrocarril había quedado atrás, e Iván ya estaba marchando por un camino de tierra, llenó de pasto seco y hojas que el viento había arrancado de los árboles que rodeaban la estación. A lo lejos, se vislumbraba el bosque que aparecía como una masa uniforme multicolor, en algunos fragmentos era de verde oscuro por los pinos, y en otras partes era mas amarillo y blanco, por los abedules, y la entrada era coronada por una hermosa hilera de arces, que hoy estaban saludándolo vestidos del más precioso color rojo carmesí.

“Recuerdo que mi padre siempre me decía que al entrar a un bosque, hay que ponerse bajo la protección de su espíritu guardián. Será verdad? O me lo decía en broma, y yo creía todo, porque era tan ingenuo como lo puede ser un muchacho de diez años?” – pensaba en sus adentros Iván mientras se aproximaba a la gran masa verde que parecía saludarlo desde lejos.

Súbitamente un gorrión pasó volando muy cerca de él, casi rozándole el gorro, como si le estuviese cortando el paso. Un extraño silencio de pronto invadió la escena. Iván se detuvo. Su corazón estaba latiendo, un poco agitado por la caminata a la cual ya le estaba agarrando el gusto. Las primeras gotas de sudor aparecieron en su frente.

“Bueno, esto debe ser una broma de los pajaritos”-pensó. “Tendré mas cuidado en el bosque, a ver si me pierdo.” En ese preciso momento se acordó que dejó la brújula en el lavamanos del baño, porque no quería mojar su preciosa correa de cuero marrón, un regalo de su difunto padre. “Nunca pierdas el Norte, hijo” – dijo su padre cuando se la regaló al cumplir dieciocho años. Pero Iván nunca la usó. Él quería un reproductor de música, como el que tenía el vecino, y ese regalo le pareció poca cosa. Ahora, ya entrado en años, estaba comenzando a ver ese regalo como algo más simbólico, como un algo que le gustaría haber usado más. Vivido más.

Recordó a su esposa, Nadia, que le acababa de dejar por un hombre más apuesto y que además tenía un automóvil Volga. El recuerdo de ese automóvil lo había enfurecido completamente. Pensó en Nadia besando a su nuevo hombre en el asiento. Sus puños se cerraron, apretó los dientes y sus ojos grises se llenaron de una tristeza infinita.

Ciertamente, había caminado en silencio, sin pensar en nada. Cuando de pronto se encontró con un gran árbol seco al costado del camino, el cual no había visto antes, quizás inmerso en sus pensamientos, casi salido de los cuadros de Archimboldo. Un viejo narigón que parecía estar gritando, o burlándose. “Pero que cosa tan graciosa. Viejo brujo, parece. Y eso que todavía no he abierto mi botellita, ya comencé a ver cosas. Muy interesante” – pensó ya más animado.

Y ya estaba llegando a la entrada del bosque. Si desde lejos el bosque se veía como una gran masa, ahora cada árbol se distinguía claramente, mostrando mucho espacio entre ellos en algunos lugares. El camino por el cual Iván llevaba caminando como unos cuarenta minutos se dividía en dos en este tramo, y el camino principal seguía hacia la derecha, mientras que el camino hacia la izquierda se hacía mas angosto y se perdía en las entrañas del bosque.

“Bueno, aquí vamos,” – dijo Iván en voz alta, como dándose ánimos. Y entró al bosque, olvidando por completo lo que su padre le había dicho en su momento.

El bosque lo recibió con una humedad serena. Enseguida sintió frío. El aire era mucho mas espeso y perfumado, olía a pino y a musgo. Iván se detuvo y miró hacia atrás, tratando de grabarse la imagen en su mente. “Así cuando me estaré devolviendo, puedo encontrar la salida con facilidad”- pensó-. Este viejo roble me servirá de punto de referencia. Yo conozco a este bosque. Yo sé y yo puedo. Ya no soy un niño”, - y siguió caminando.

Pasaron como tres horas. En el trayecto Iván había encontrado muchos hongos y se disponía a buscar un buen lugar donde sentarse a descansar y comer algo. Pronto encontró un claro bien abierto que tenía un árbol caído justo como cruzándolo. “Aquí me sentaré.” Y se sentó sin más, porque ya estaba bastante cansado. Se sacó el morral de un solo movimiento, y lo abrió. Sacó un paquete envuelto en papel periódico, y un termo. Desenvolvió el paquete que resultó ser un sándwich de salchichón y queso, y tomó unos sorbos del termo, que contenía té negro con azúcar.

Pasó como media hora sentado, comiendo despacio y mirando el contenido de su cesta de mimbre, que había crecido considerablemente, y ahora le pesaba un poco. Mas que todo se enorgullecía de un hongo blanco que encontró, que fue el mas grande que jamás había visto. Ese hongo estaba escondido bajo muchas hojas, como custodiado por guardianes invisibles. Se sentía eufórico imaginándose la cara de su vecino y amigo Mikhail, cuando se lo mostrara. ¡Qué éxito!

Otra vez vino a su mente la imagen de Nadia montada en aquel automóvil. Después pensó en su madre, que estaba enferma en el hospital. “Tengo que traérmela a casa, aunque sea sólo para morir. Nadie merece morir en un hospital y menos la madre de uno” –se dijo así mismo en voz alta. “Ahora que la bruja que tenía en casa se ha ido volando en su nueva escoba marca Volga, seguro mi madre acepte venirse a vivir conmigo. Ella nunca quiso a Nadia, decía que era demasiado arrogante, y Nadie decía que mi madre era demasiado dominada y campesina, que iba a morir en la miseria. Mi madre no soportaba la partida repentina de papá. Creo que todo comenzó por ahí. Sí, ahora sé lo que tengo que hacer”.

Lentamente comenzó a armar el morral. Guardó el termo y el papel periódico y se disponía a levantar, cuando súbitamente un terror lo dejó paralizado. Ante él estaba un lobo, un verdadero lobo, que lo estaba mirando fijamente con sus grandes ojos amarrillos. Iván quedó petrificado. No se había dado cuenta que quizás el salchichón no era el ingrediente correcto. Pero bueno... Y ahora qué? El lobo se acercaba hacia él lentamente, sin dejar de mirarlo a los ojos. Iván sacó el cuchillo y se lo mostró al lobo. “Mira, si me quieres comer, cómeme, pero de todas formas trataré de cortarte la garganta con eso” – dijo con la voz más extraña que se había oído a si mismo. El lobo dio un paso atrás, se devolvió y comenzó a irse hacia el bosque con su caminar sigiloso.

“Qué bueno que me hizo caso. Ahora quiero salir de aquí lo antes posible. ¿Dónde estoy? Vamos, vamos, por aquí debe ser un atajo. ¿Pero quién hubiera pensado que en este bosque había lobos, ¿será que no era un lobo? Entonces estoy de verdad perdido.”

En ese instante recordó lo que le decía su padre. “El espíritu del bosque puede tomar cualquier forma. Puede aparecer como una ardilla, como un alce, como un lobo. Es el guardián del bosque. Cuida que nadie perturbe su integridad, asusta a los malos y a los buenos les regala sus tesoros mas preciados” – decía.

Caminando de forma apresurada, apareció ante un lugar más sombrío, con muchos árboles secos y lleno de arbustos con espinas. Desde un gran roble seco lo estaba vigilando un gran cuervo negro. “KARRR- karrr- karr” –“Mi madre, – pensó Iván – se estaría muriendo en este momento, es tan oscuro todo esto, quiero irme ya de aquí. Creo que ya tuve suficientes experiencias por hoy. Un lobo, y ahora un cuervo! Qué va! Lo que falta es que se me aparezca un jabalí!!”

“Tus deseos son órdenes” – de pronto escuchó Iván. Era una voz grave y pacífica que parecía atravesar su mente. “Ve en paz. Eres un buen hombre, Iván. Recuerda cumplir con lo que habías pensado. Tu madre, Iván. Recuerda traerla a casa”.

Las piernas de Iván se hicieron de algodón, y casi-casi se cae a un costado. Comenzó a temblar y se sintió como abrumado. Se sentó y comenzó a sollozar, después a llorar. Pronto el llanto de Iván llenaba todo el bosque. Gemía, gritaba, aullaba como un perro. Todo parecía vibrar con el llanto de Iván, acompañándolo en su dolor. Los árboles, las plantas, los pájaros, todos estaban como inmóviles oyéndolo. Poco a poco, un suave calor comenzó a brotar en su pecho. Iván se incorporó y miró a su alrededor. Se secó las lágrimas y comenzó a caminar, arrastrando el cesto de mimbre y apoyándose en un palo grande que había recogido por el camino, después de su encuentro con el lobo.

“Cuida de ti mismo, Iván. Quiérete más, tu eres parte de todos nosotros. Necesitamos que estés bien. Todo va a estar bien a partir de ahora que has vaciado tu corazón aquí. Ve tranquilo” – escucho la misma voz grave y lenta que sonaba en su mente. “Parece un sueño, pero no lo es” – se dijo Iván. – “Qué bueno que vine hasta aquí. Ahora siento un alivio enorme. Es como si el bosque hubiera cambiado mis penas por hongos y frutas. La verdad que ha sido el mejor trueque de mi vida” – dijo Iván ahora en voz alta. “Gracias, Espítiru del Bosque!! Gracias, ahora estoy mucho mejor! La verdad es que nunca he dejado de creer en ti! Gracias, Gracias, Gracias!!! – repetía en voz alta una y otra vez, hasta que se encontró en las cercanías de la estación del ferrocarril otra vez.

FIN



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